

Académico Julio Retamal Favereau (1933-2025)
Palabras pronunciadas por el Presidente de la Academia Chilena de la Historia, Joaquin Fermandois, en los funerales del académico Julio Retamal Favereau.
Hablo en representación de la Academia Chilena de la Historia, donde Julio Retamal ingresó en 1992, si bien no lo puedo separar de la experiencia de una amistad de más de 50 años.
El amigo, el profesor, el contertulio, el maestro de ceremonia en una misa siguiendo el rito tridentino, el historiador, el escritor, el actor de teatro, el amante de la música y especial de la ópera, el conocedor y gozador del arte, el apasionado, aunque no radical activista en la causa de la tradición católica preconciliar, el promotor de vida cultural en grupos y en la difusión de ideas y valores; todo esto en uno, en una persona, eso era Julio en su estampa. Un personaje no en el sentido de “construido” como se suele decir en nuestros días, sino en virtud de su especial genialidad y dedicación.
Este ser gregario y también capaz de retraerse en su labor intelectual y creativa, tuvo que luchar contra esa deidad del azar cruel. Su madre falleció no mucho después de nacer. Criado junto a su padre, siendo todavía un adolescente lo perdió, quedando en la orfandad. Seguramente sus padres lo están aguardando en un cielo imperecedero. Fue cuidado por su familia más cercana, sin embargo quienes fueron sus hadas lo constituyeron su dos “mamas”, como decía él mismo. Una, su nodriza y, luego del fallecimiento de esta cuando ya era un hombre formado pero no menos herido por la pérdida, tuvo la compañía amorosa de la hermana de aquella, por quién Julio se desveló cuidándola en su ancianidad.
Un rasgo notable de Julio era su generosidad con amigos y en general con todos los que lo rodeaban, generosidad que casi era un renunciamiento, jamás olvidando al caído. Se caracterizaba por lo sofisticado de algunos gustos, la elegancia que desplegaba en su aparición donde casi todo es escena, en el mejor sentido de la palabra. Era la hechura de aquellos que daban testimonio de que, si la vida era una escena, el gran teatro del mundo, osaba actuar en los campos en que corresponden a cada cual. Julio jamás dudó cuál papel era el que le correspondía, y daba testimonio del mismo en todo momento, como profesor en la sala de clases y fuera de ella; ante el poderoso o ante el débil; ante los amigos o los desconocidos.
Fue un humanista en el más pleno sentido de la palabra. Esto merece una reflexión. No se trata de una actitud de vuelta hacia sí mismo como retiro del mundo, posición digna pero que no era la de Julio. En él su humanismo, ya sea como actor, como opinante en debates públicos acerca de la época, del país o del catolicismo moderno, era inseparable de su actitud de profesor en toda instancia, dejando una impronta imborrable en sus alumnos, estuviesen o no de acuerdo con sus ideas e interpretaciones. Era de esos profesores que entregaba todo en el aula, virtud absolutamente indispensable para levantar el ánimo de una alicaída educación. Es en esa instancia donde entregaba, por medio de las artes y las letras, un cuadro de ideas y sentimientos educados en la historia del pensamiento y del espíritu, de una manera vívida e iluminadora. Se trata de un tipo humano de la educación superior que la industrialización de la ciencia y la imitación servil de las humanidades a las ciencias naturales amenaza con cegar.
Don Ricardo Krebs, gran amigo de toda una vida de Julio Retamal, al leer el elogio de Julio cuando este ingresó a la Academia de la Historia, lo describió de manera insuperable: “Julio Retamal es un excelente profesor. Es un docente nato que sabe convertir la clase en un espectáculo, que domina el arte de la retórica y que entretiene y emociona. Es exigente, puede hacer sufrir a sus alumnos y es implacable cuando hace ver a un alumno su supina ignorancia. Hay alumnos que lo aman y hay quienes que lo odian, pero nadie permanece indiferente frente a él. Sus alumnos, muchos años después de haber abandonado la Universidad, lo recuerdan como uno de sus mejores profesores.”
Como historiador podríamos esquematizar su obra en dos dimensiones. La primera es aquella del investigador acucioso aunque también entregando por aquí y por allá un recordatorio de que defendía ciertas visiones y lo que él creía eran valores supremos. Con todo, se caracterizan por su aporte la historiografía en su sentido más clásico. Destaca aquí su tesis doctoral en Oxford sobre diplomacia anglo-española del XVI; su trabajo sobre el renacimiento con la tesis de que éste no había existido, aunque alguno de sus colegas pensábamos que al final probaba justamente lo contrario, habiendo despejado algunas exageraciones de otros autores. En realidad Julio era un eximio conocedor de lo que se llama historia moderna de los siglos XV, XVI y XVII.
Una digresión, años atrás en el jardín de la casa de una olvidable amiga nuestra -con la que ahora juntos podrá reanudarlas largas conversaciones a la cual yo me sumaba muchas veces-, al surgir un tema relacionado con ese mundo, se puso a recitar poesía pícara inglesa -en inglés del XVI por cierto- y española del mismo período. Lo hacía con la misma soltura con que podía recitar largos parlamentos de su amado Shakespeare. Otro aporte de enorme dimensión fueron los 3 volúmenes sobre las familias fundadoras de Chile del 1550, del 1600 y del 1700. No es el momento en que me detenga a explicar su contenido, si no recordar lo que explicó en la presentación de uno de los volúmenes, donde destacó al comentar el carácter endogámico de la sociedad chilena, que vincula a todos los grupos sociales, que esto podría ser un problema; sin embargo que en momentos de crisis había pensar más bien en que todos los chilenos pertenecemos a un mismo mundo familiar.
Un segundo tipo de sus escritos son aquellos en lo que se efectúa una interpretación de la historia cultural -en un sentido amplio- de nuestro mundo, donde incluya las relaciones de religión y sociedad, la política y, entre varios aspectos, a la moda, etc. Era una reflexión sobre la sociedad moderna explicada en forma histórica, cuajada de salidas humorísticas aunque también de escepticismo acerca del futuro. Este tipo de obra -una de las cuales, ¿Existe todavía Occidente? tuve el honor de reseñar en el Boletín de la Academia Chilena de la Historia- mostraba una inmensa cultura, a veces posiciones tajantes, siempre una elegancia que provocaba a nuestra capacidad de reflexionar. Era quizás la parte de su obra que el autor amaba más y con la que más se quería identificar, cual legado para los chilenos, también una obra que parte del pensamiento de nuestro mundo.
¿Y cuál era este legado? Que la evolución, los cambios sísmicos que se producen a lo largo de la historia y en especial en la modernidad, no deben hacernos perder una conciencia alerta acerca de la pervivencia de ciertos valores, por modificados que estén y por mucho que tengamos que adaptarlos a nuevas preguntas y respuestas que planteemos. Más que nada, que la sociedad tradicional y el trasiego de la historia del pensamiento desde el mundo clásico hasta los albores de la modernidad fijaron algunos parámetros que si los desatendemos, jamás podremos realmente mejorar nuestra condición.
Junto al dolor, agradecemos esta vida de Julio Retamal Favereau por todo lo que nos entregó.
Joaquín Fermandois Huerta, presidente de la Academia Chilena de la Historia.
Santiago, 17 de junio de 2025
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